La abuela, 83 años

No tengo duda de que sin agendarlo, me has regalado gran parte de tu vida.

Mis mejores tardes de infancia las pasé cerca de ti.

Recuerdo, con asombro, cuántos años me llevó determinar el color de tu piel (todos sabían que era oscura y yo por motivos que sigo sin comprender la veía resplandecer), los almuerzos de la tarde en donde siempre me llené de tu bondad, y al terminar tu infaltable café negro (gusto que hice mío) a pesar de tus problemas de presión.

Siempre me llamaron la atención tus grandes lentes de aquella época y en tus cajones tuve un mundo para descubrir, habitado por todas las novedosas baratijas que solías comprar en tus divertidos paseos por las calles de Guayaquil. Hoy puedo entender, que con tus lentes y en tus cajones, pretendía ver en donde podía caber todo el amor que me regalabas.

A pesar de vivir con los nervios a flor de esa piel morena, inexplicablemente siempre te he visto fuerte en los momentos más difíciles. Tal vez, por esa razón, siempre has sido y serás mi escudo cuando he errado en la batalla. En definitiva, tú me has amado cuando menos lo he merecido.

No sería el mismo si no te hubiese tenido a mi lado: no habría completado los deberes de recortar figuritas  (por los que dañamos criminalmente tantos libros), ni practicado tantas veces las tablas de multiplicar, no podría haber probado el mejor caldo de bolas del mundo (que sólo tú sabías preparar), no conocería la gama de medicinas para el corazón, la presión y los nervios (pero nunca, a pesar de todo lo que comes en exceso, para la digestión), creería que el amar sin medida es sólo cuestión de libros cargados de teoría, y muchas otras cosas más que aprendí, gracias a ti.

También has sido parte de mis peores pesadillas, ¡sí!, en las tres veces que en ellas te vi partir. Terrible despertar sin que estés ahí. Por eso, un día (ya hace aproximadamente 14 años) decidí no volver a dejarte ir. Desde entonces, te quedaste en casa para mí y yo pude supervisar tu sueño cada noche antes de irme a dormir.

Es tan grande la deuda que tengo contigo y tan escasa mi memoria.

Hoy, a tus 83 años, también la memoria te hace una mala jugada. Has empezado a olvidar: las fechas, lugares, momentos y personas, ya no son tu fuerte al recordar (las tablas lo siguen siendo).

Nos sueles confundir y debemos aprender a comprenderlo pues nos llames como nos llames, dentro de ti seguirá viviendo el amor de siempre; a cambio del cual sigues esperando lo mismo: absolutamente nada.

Lo realmente importante no está en la memoria, ni en estas letras que he escrito, lo esencial lo guardamos en ese espacio del que nada ni nadie lo podría arrebatar jamás: en el alma.

No hay día, en el que no me hayas pedido que baje la velocidad al conducir. Hoy yo te pido que bajes la velocidad de la vida, que te quedes muchos años más (si fuera posible muchas vidas más), para que nunca me encuentre sin ti al despertar, como en esas tres pesadillas… Volvamos a repasar las tablas, que se me empiezan a olvidar….

Te amaré para siempre y ese amor es y será una cuestión de almas, no de memorias.

4 comentarios

  1. Lucho, que bellas palabras hacia la mami, esas palabras solo dejan ver la sensibilidad y los buenos sentimientos que guardas en tu corazón, te felicito y felicito a Marcela y por que no, también a esa abuela a la que con tanto amor te enseño a ser un hombre de bien y con palabras describir la gratitud y el amor que atesoras.
    Con mucho cariño…….la tia postiza.
    Haydee

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  2. ¡Felicitaciones Luchin! Hacia mucho que no leía algo escrito con tanto sentimiento y expresionismo, ese expresionismo producto de la gratitud, el afecto y los sentimientos.

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